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Archive for febrero 2009

Actualizado Jueves, 12-02-09 a las 15:53
Casi nadie se atreve a negar que la teoría darwiniana de la evolución a través de la selección natural es una de las pocas grandes teorías de todos los tiempos. Las palabras “Darwin” y “evolución” aparecen en el índice de casi todos los libros de ciencias naturales, filosofía o de historia de la ciencia. Que una teoría sobreviva 150 años como la única explicación científica de uno de los fenómenos más complejos que se conocen (la enorme diversidad de la vida en la Tierra) debería ser suficiente para clasificarla como gran teoría. De forma llamativa es también prácticamente la única gran teoría que se ha visto calumniada, ridiculizada y (como si de pornografía se tratase) ocultada a los escolares como si fuese algo peligroso o dañino. Pero este bicentenario no es el de “El origen de las especies”, sino el del nacimiento del hombre que lo escribió, así que hablemos un poco de él.
Charles Darwin nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury, (el mismo día en que nacía Abraham Lincoln al otro lado del atlántico) una tranquila ciudad en plena campiña inglesa. Fue desde el principio un chico tímido y sensible y como tantos otros genios, nunca obtuvo notas brillantes. Destacaba por su enorme curiosidad y capacidad de observación, pero fracasó en la carrera de Medicina y cosechó el mismo resultado cuando se preparó para ser clérigo. Pese a todo, entre suspenso y suspenso, cultivó una pasión desaforada por la naturaleza y las amistades de John Stevens Henslow, naturalista, y Adam Sedgwick, geólogo, personas que iban a tener una gran ascendencia en la vida de Darwin.
El viaje del Beagle
Precisamente fue Henslow el que informó a un Darwin a punto de cumplir los 22 años de que el capitán del Beagle (un barco científico y de exploración de la marina británica) necesitaba un naturalista que recopilase datos y observaciones sobre la fauna y flora de un próximo viaje por el hemisferio sur. El puesto no incluía retribución alguna y Darwin ni siquiera había finalizado sus estudios universitarios; en nuestros días la palabra para describir las funciones del barbilampiño Darwin habría sido la de “becario”. Tras muchas dudas, terminó por enrolarse en la expedición.
El Beagle zarpó del puerto de Plymouth el 27 de diciembre de 1831 y regresó al puerto británico de Falmouth el 2 de octubre de 1836. Casi 5 años de travesía en los que el pequeño velero dio la vuelta al mundo con innumerables escalas. El joven Darwin tuvo la oportunidad de visitar Cabo Verde, la selva brasileña, la pampa argentina, los desiertos de sal de Perú, Tahití, los gigantescos arrecifes de coral del Pacífico sur, Australia… antes de volver a casa. Recorrió el mundo, alejado de la civilización y únicamente influenciado por los pocos libros que cabían en su camarote y el contacto con el resto de la tripulación. Científicamente, tuvo que trabajar completamente por su cuenta y mancharse las manos con frecuencia. Por ejemplo, los famosos pinzones de las Galápagos omnipresentes en los libros de texto de Biología: él mismo cazaba los pájaros con su escopeta, él mismo los disecaba, él los clasificaba y él los enviaba a Inglaterra. Como confesaba a sus padres en su correspondencia, el viaje del Beagle fue una mezcla de aventura y trabajo ordenado, metódico y a menudo, desagradable.
Su segunda vida
Antes de zarpar había escrito al capitán del Beagle acerca del día en que regresasen del viaje “Entonces comenzará mi segunda vida y será como un nuevo nacimiento para el resto de mis días” Y en efecto, lo fue. Cuando regresó, Darwin se encontró con que en su ausencia, se había convertido en una pequeña eminencia del mundo científico británico. Sus colecciones de flora y fauna eran apreciadas por todos y se sucedieron los encuentros y cenas con la flor y nata de los naturalistas de las islas. En 1838 le nombran secretario de la Geological Society y se muda a Londres. Los eruditos aceptaron a aquel joven de modales tímidos y voraz ansia de saber como uno de ellos, sin sospechar que Darwin iba a provocarles más de un dolor de cabeza en el futuro. Por aquellas fechas, Darwin se casa con su prima Emma Wedgewood.
Con la ingente cantidad de datos, especímenes y reflexiones recogidas durante su viaje a bordo del Beagle, Darwin comenzó una lenta y trabajosa labor de investigación, aún más hercúlea desde que se manifestase una neurosis que le obligaba a guardar cama “sin poder hacer nada un día de cada tres”. Darwin nunca fue un urbanita, y la bulliciosa Londres tampoco era el lugar ideal para investigar en el campo de la evolución y la historia natural. En consecuencia, los Darwin se mudaron a Down House, en Kent, una gran casa de campo no demasiado lejos de la metropolis pero que permitía a Darwin trabajar tranquilamente. En esa casa vivió sus últimos 40 años, casi la mitad de su vida, como una araña afable en el centro de una tela de araña mundial, formada por la comunidad científica, gracias a la cual acumuló una portentosa cantidad de conocimientos. Se carteó con todos y para todo, desde cuestiones relativas a los percebes como a los megaterios.
«Mi teoría»
Ya en su viaje a bordo del Beagle, Darwin había empezado a vislumbrar la teoría de la evolución. La evolución en sí no era un concepto nuevo, muchos antes que él se habían dado cuenta de que las especies cambiaban, pero fallaban en dar una explicación convincente al fenómeno y sobre todo, no asumían en su totalidad las consecuencias de la idea. Darwin creía que todas las especies de la tierra descendían de un sólo antepasado común y que la fuerza que empujaba los cambios, eran los cambios en el medio: Ni Dios creó las especies una a una ni estas cambiaban por voluntad divina.

Consciente de que tenía una bomba entre las manos, recopiló durante largos años con la precisión de un psicópata todas las pruebas e indicios que sustentasen “su teoría”. Sus amigos le apremiaban a que publicase un primer resumen, pero Darwin seguía tozuda y pacientemente enfrascado en cuestiones técnicas y formales, que hacían imposible que su trabajo avanzase. Y pasó lo inevitable; que alguien se le adelantó. En junio de 1858 recibió una carta de Alfred Rusell Wallace, un joven naturalista que se encontraba investigando en las islas Molucas y que resumía brevemente la teoría de la evolución por selección natural, a la que había llegado por caminos y razonamientos idénticos a los de Darwin.
«El origen de las especies»
Desolado, dio su apoyo al joven biólogo, pero comenzó un trabajo frenético para publicar él mismo sus propias conclusiones, mucho más avanzadas que las de Wallace. Así, en trece meses, luchando contra su mala salud y en centenares de cuartillas garabateadas a toda velocidad consiguió tener listo “El origen de las especies”, una síntesis del trabajo que le había absorbido durante más de veinte años. El resto, como suele decirse, es historia.
El libro agotó sus ejemplares el mismo día de su publicación y desde entonces, las nuevas ediciones literalmente volaron de los estantes de la librería. El éxito comercial de “El origen…” se debió a una feliz casualidad; el crítico de libros científicos de The Times enfermó y le sustituyó en el puesto el zoólogo TH Huxley (el abuelo del autor de “Un mundo feliz”) que había quedado fascinado por la idea de la selección natural y que en adelante, llenó las páginas del periódico de reseñas y comentarios elogiosos a la obra de Darwin.

La repercusión mundial de “El Origen de las especies” fue sencillamente espectacular. Se sucedieron los acalorados debates en los círculos científicos de todo el mundo, entre los jóvenes biólogos darwinistas y los representantes del viejo stablishment científico. Karl Marx ofreció dedicarle a Darwin la edición en lengua inglesa de El Capital, a lo que este se negó con educación. Polémicas sangrientas, excomuniones, y adeptos a la teoría de Darwin, que adquirían tintes de mártires de una nueva revolución científica.
Pero Darwin no salió de su casa de campo de Kent y toda la importancia directa que tuvo “El origen de las especies” en su vida fue que, aparte de los cheques del editor, el libro terminó con la enfermiza inhibición a publicar sus ideas. En los 23 años que restaron hasta su muerte vivió relativamente ajeno a la tempestad que había provocado y publicó diez títulos más de Biología (desde la polinización de las orquídeas hasta las lombrices) y una Autobiografía, vió crecer a sus hijos y disfrutó de la compañía y cuidados de su amada y dedicada esposa Emma.
Un lugar entre los titanesCuando finalmente murió el 19 de abril de 1882, fue enterrado en la abadía de Westminster, junto a Isaac Newton. De esta manera acabaron unidos los dos mayores científicos de la historia de Gran Bretaña, aunque no deja de ser curioso que en la parcela de suelo más sagrada de las islas, descansen los restos del que acabó con los milagros en el mundo físico y había reducido a Dios al papel de creador del Cosmos (Newton) y Darwin, que no sólo había terminado con los milagros en el mundo biológico sino también con la creación, despojando a Dios de su papel de creador del hombre, y al hombre, de su origen divino.

Darwin: El genio humilde

Una de las últimas imágenes de Charles Darwin
Independientemente de sus trabajos e ideas, lo que más llama la atención en Darwin, fue su pasión por la verdad, su compromiso con una causa, su extraordinaria modestia, su aversión a la crueldad y la injusticia y su bondad sin límites. Además de sus aportaciones a la ciencia y a la comprensión del hombre, la carrera de Darwin constituye un verdadero estímulo para los que no consiguen encajar en nuestro decrépito e ilógico sistema educativo. Demostró con su ejemplo que la curiosidad y la iniciativa, la honradez meticulosa y la amplitud de miras son más que suficientes para triunfar en la vida y una condición sine qua non para conquistar nuevos horizontes.

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Desde 1995, el 12 de febrero se celebra el «Día de Darwin«, y cada año un número mayor de científicos, profesores, divulgadores científicos e instituciones aprovechan la ocasión para promocionar la educación científica y el conocimiento de la obra del autor de ‘El origen de las especies’.

Este año 2009 es especial, pues se conmemora el bicentenario del nacimiento de Charles Robert Darwin (12 de febrero de 1809 – 19 de abril de 1882), y el 150º aniversario de la publicación de su famoso libro «El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida«, publicado el 24 de noviembre de 1859 por John Murray, en Londres. En él, Darwin expuso por primera vez sus ideas sobre la selección natural y la teoría de la evolución que constituyen la base de la biología moderna.

Esta obra es un trabajo fundamental dentro de la historia de la ciencia y la biología. En él, Darwin argumenta largamente su teoría sobre cómo los organismos evolucionan gradualmente por medio de la selección natural, presentando evidencias de su teoría acumuladas en su viaje en el HMS Beagle en los años 1831-1836.

Por ello, este 12 de febrero  se inicia «2009, el año de Darwin» una celebración que a lo largo de todo este año acogerá multitud de eventos nacionales e internacionales, mal que les pese a los creacionistas.

Como dicen en Universia: «La celebración del Día de Darwin parte de la premisa de que la ciencia es la mejor herramienta para comprender el mundo en que vivimos y es una excusa no sólo para reconocer la grandeza del naturalista inglés, sino también la fuerza y el impacto de su idea: la evolución mediante la variación genética y la selección natural es el principio básico de la Biología. Estudiar la vida sin considerar la evolución sería como estudiar Física sin tener en cuenta las Leyes de Newton o Química, sin la tabla periódica.»

Merece la pena leer este articulo de Ramón R. Cabrero: «El genio humilde«.

Descárgate un interesante folleto sobre la evolución realizado por la National Academy of Sciences.

Espero que disfrutemos todos este dia y este año tan especiales; pero no puedo terminar este post sin recordar que la teoria de la selección natural es obra no sólo de Darwin, sino tambien de Alfred Russel Wallace. La historia de esta teoria y de sus dos protagonistas es de las que merecen la pena indagar y conocer…

Alfonso Pardo

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Roberto Cañas Quirós*
Resumen
El artículo es una introducción al tema del origen de la filosofía griega, a partir de la gradual escisión entre el pensar mítico y el pensar racional. Se plantea que las cosmologías y cosmogonías de los primeros filósofos están  estrechamente vinculadas con la esfera de lo humano y no divorciadas de éste. Por eso se parte de la idea de un cosmopsiquismo, de una unidad indisoluble entre el universo y el ser humano, de un ligamen entre el macrocosmos y el microcosmos. Esta perspectiva se analiza no sólo en la religión y la poesía griega antigua, sino también en la  filosofía «presocrática».

Palabras clave:
Cosmología, Cosmogonía, Principio, Mito y Ciencia.

Relaciones entre el mito y la filosofía

No existe una demarcación que registre con exactitud una eclosión pura de la filosofía a partir del «pensamiento mítico». La mitología siempre estuvo latente en la filosofía griega arcaica, a pesar de que en los autores milesios se manifiesta una fuerte disipación.
Un análisis de la epopeya, mostraría la estrecha conexión que guarda con el pensar racional, como propio de un espíritu de perspicuidad intelectual que animó el mundo de los jonios…

Haz clic para acceder a 01ESPIGA13_000.pdf

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Karl Jasper

La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil quinientos años, pero como pensar mítico mucho antes.

Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y acarrea para los que vienen después un conjunto creciente de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio la fuente de la  que mana en todo tiempo el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él resulta esencial la filosofía actual en cada momento y comprendida la filosofía anterior.

Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda acerca de lo conocido el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar perdido la cuestión de sí propio. Representémonos ante todo estos tres motivos.

Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la filosofía. Nuestros ojos nos «hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste”. Este espectáculo nos ha «dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los mortales». Y Aristóteles: “Pues la admiración es lo que im­pulsa a los hombres a filosofar: empezando por admirarse de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron poca a poco y se preguntaron por las vicisitudes de la luna y del sol, de los astros y por el origen del un universo.»

El admirarse impele a conocer. En la admiración co­bro conciencia de no saber. Busco el saber, pero el saber mismo, no «para satisfacer ninguna necesidad común”.

Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro admiración con el contexto de lo que existe, pronto se anuncia la duda. A buen seguro que se acumulan los conocimientos, pero ante el examen crítico no hay nada cierto.

La duda se vuelve como duda metódica, fuente del examen crítico de todo conocimiento. De aquí que sin una duda radical, ningún verdadero filosofar sera posiblr. Pero lo decisivo es cómo y dónde se conquista a través de la duda misma, el terreno de la certeza.

Y tercero, (…)

El estoico Epícteto decía: “El origen de la filosofía es el percatarse de la propia debilidad e impotencia.” ¿Cómo salir de la impotencia?

….

Resumamos.  El origen del filosofar reside en la admiración, en la duda, en la conciencia de estar perdido. En todo caso comienza el filosofar con una conmoción total del hombre y siempre trata de salir del estado de turbación hacia una meta.

Platón y Aristóteles partieron de la admiración en bus­ca de la esencia del ser.

Descartes buscaba en medio de la serie sin fin de lo incierto la certeza imperiosa.

los estoicos buscaban en medio de los dolores de la existencia la paz del alma.

….

Estos tres influyentes motivos –la admiración y el conocimiento, la duda y la certeza, el sentirse perdido y el encontrarse a sí mismo– no agotan lo que nos mueve a filosofar en la actualidad.

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Filosofía y mito

COMENTARIO DE TEXTO

«La ciencia procede más del ‘logos’ que del ‘mythos‘. Utiliza un enfoque distinto para comprender el mundo que nos rodea. Quienes desean respuestas rápidas, satisfactorias, mejor será que se valgan de la mitología (…). En la ciencia, las cuestiones no tienen por qué ser respondidas, en absoluto, y se pueden ofrecer respuestas y luego rechazarlas al ser desplazadas por otra teoría más nueva (…).

El progreso visible de la ciencia [ciencias particulares de carácter experimental] la diferencia de otras muchas actividades humanas. Las obras de Eurípides, por ejemplo, todavía se representan. La filosofía de Platón aún se enseña y se discute. Pero las teorías científicas de Aristóteles [sobre explicaciones particulares de física, biología, etc.] están tan muertas como el propio Aristóteles, excepto para los historiadores. En la ciencia [particular], el progreso es posible porque las teorías pueden perder. Una señal que identifica una teoría como científica es que la misma permita plantear observaciones o experimentos mediante los cuales exista la posibilidad de ser refutada a favor de otra”.

SHAPIRO, R., Orígenes: lo que sabemos actualmente sobre el origen de la vida , Salvat Editores, Barcelona, 1987, 1994, pp. 38-9.

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Filosofía

Es propio del filósofo poder especular sobre todas las cosas.
Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.
El mayor bien que puede existir en un Estado es el de tener verdaderos filósofos.
René Descartes (1596-1650) Filósofo y matemático francés.
El filósofo, debe hacer filosofía cuando ya la vida ha pasado.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) Filósofo alemán.
No es filósofo quien teniendo una filosofía en la cabeza no la tiene además en el corazón.
Arturo Graf (1848-1913) Escritor y poeta italiano.
Los artistas piensan según las palabras y, los filósofos, según las ideas.
Albert Camus (1913-1960) Escritor francés.
La vida feliz y dichosa es el objeto único de toda la filosofía.
Marco Tulio Cicerón (106 AC-43 AC) Escritor, orador y político romano.
Sólo en la filosofía es donde cada pensador, cuando es original, determina no únicamente lo que quiere responder, sino lo que quiere preguntar para responder al concepto de filosofía.
Georg Simmel (1858-1918) Sociólogo y filósofo alemán.
En filosofía son más esenciales las preguntas que las respuestas.
Karl Theodor Jaspers (1883-1969) Filósofo existencialista alemán.
La filosofía responde a la necesidad de hacernos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida.
Miguel de Unamuno (1864-1936) Filósofo y escritor español.
Es preciso que la filosofía sea un saber especial, de los primeros principios y de las primeras causas.
Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.

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